ya acabó su novela

UN PÉTALO PARA EL MAESTRO ARGUEDAS...

Publicado: 2011-02-19

UN PÉTALO PARA EL MAESTRO JOSÉ MARÍA ARGUEDAS…

Robay Libias Cabello

Finalmente el 2011 ha sido declarado como el "Año del Centenario de Machu Picchi para el Mundo" por el presidente Alan García. ¿Y la propuesta de "Año del Centenario de José María Arguedas"? Simplemente fue ignorada. Una vez más la mezquindad política en contra de un ilustre peruano termina por consumar esta injusticia. Empero, la historia -maestra sabia y justa- ya reivindicó al maestro dándole más vida después de su muerte, mientras que otros vivirán lo que dure su mandato y un poquito más.(N.R.)

Al concluir esta primera década del siglo XXI, en el que el mundo vive un cambio de época caracterizada por la globalización,  y a solo una década del Bicentenario de la Independencia Nacional; y sin desmerecer a ninguno de nuestros grandes creadores, se puede afirmar con seguridad que José María Arguedas es el más importante escritor peruano contemporáneo.

Es un escritor único, donde todo lo nuestro converge, pero también donde todo lo nuestro diverge, elevándose a un estadío cualitativamente superior, transformándose creadoramente en la cultura de “Todas las Sangres”, una “torre de babel” armoniosa, una patria madre que ama por igual a todos sus hijos convertidos en pequeñas patrias, haciendo con ellas una unidad sólida en lo diverso y múltiple.

La literatura arguediana es, no cabe duda, una reflexión profunda sobre los grandes y complejos problemas del Perú. Y, es que Arguedas conocía como nadie esta realidad; por conocimiento científico y por la propia experiencia. Sabía que el cúmulo de injusticias que afrontaron los diferentes pueblos andinos y amazónicos venía desde la conquista, incluso desde el tiempo de los incas. Le dolía que ningún sector social o económico en el poder, tomara decisiones para plantear un proyecto de país, que terminara de raíz con todas las injusticias de la sociedad peruana.

En el decursar histórico la cultura andina demostró su formidable vitalidad; si cambió fue para adaptarse, asimilarse, enriquecer su cultura; también para defenderse y resistir en sus esperanzas y sueños, permanecer en lo suyo en el tiempo.

El maestro Arguedas conocía que el odio y miedo de los indios venía desde la época de los incas, sociedad donde se institucionalizó la humillación del hombre por el hombre. La lectura atenta de fuentes hacen saber, por ejemplo, que las labores domésticas al servicio de los incas eran desarrollados por uno o más pueblos, quienes proporcionaban hombres hábiles y fieles; sin embargo, el descuido de cualquiera de estos sirvientes  no era un delito individual, sino que se calificaba como un delito de todo su pueblo; entonces castigaban por igual a todos, más o menos rigurosamente; y si el delito era contra la majestad real, entonces asolaban el pueblo. Y, si por ejemplo, algunos de estos indios osaban quejarse de su cacique, terminaban muertos o desaparecidos. Los azotes  a los indios se contaban por cientos (no sabían contar de otro modo); y se castigaba no solo a los varones adultos, sino también a las mujeres y niños. La crueldad entonces no tenía límites.

Conocía de los infinitos abusos y humillaciones de los que era objeto del indio, como por ejemplo, la exigencia de trabajos personales, el fraude y el engaño de que eran víctimas, “y sobre todo la escandalosa costumbre de demandarles trabajos forzados”, como bien afirma Juan Comas en un artículo de 12 de junio de 1834.

Sabía Arguedas que una hueste de solo 168 hombres alucinados por el oro y la codicia, hizo el jaque mate brutal a la sociedad modelo de los incas, en Cajamarca, el 16 de noviembre de 1532. A partir de este día se enseñoreó como nunca en nuestra historia el crimen, la explotación despiadada de los indios, quienes ya habían dejado en el campo de batalla a miles de hermanos muertos, en la fratricida guerra civil entre Huáscar y Atahualpa. Con la conquista el indio fue un ser despreciado, además de sobreexplotado.

Sin embargo, a la luz de la verdad histórica, resulta fundamental precisar  que fue este pueblo indio dirigido por los incas, quien dominó la difícil geografía del antiguo Perú. Se transformó creadoramente el territorio para hacerla habitable, se ejecutaron exitosamente los grandes proyectos de infraestructura agraria, de mejoramiento de los suelos mediante terrazas, la armoniosa explotación  de los recursos naturales y la conservación del medio ambiente. Mantuvieron un fluido circuito de abastecimiento con productos marinos en todo el territorio durante milenios, se construyó una red impresionante de caminos, se creó una vasta dispensa de alimentos, se domesticaron plantas y animales; entre ellos la alpaca,  la llama; la papa, la kañiwa, la kiwicha, la oca; así como los frejoles, el algodón, el camote, el maní, entre otras muchas especies.

Pero, en nada de esto reparó el conquistador. El Perú agrario fue convertido a látigos en un Perú minero. Se repartieron el país a su gusto, destruyeron a mansalva lo que otros construyeron creadoramente en centurias, se hicieron propietarios de todo aquello que les convenía; y aquellos que se opusieron  terminaron muertos.

Arguedas sabía que la culminación exitosa de la gesta heroica de Túpac Amaru, hubiera sido el momento histórico para sellar el sueño de la patria libre e independiente, especialmente para el indio, pero su fracaso sólo ahondó la barbarie, el dolor y la frustración por centurias.

Conocía Arguedas que en las campañas por la Independencia, una vez más, el indio fue llevado a los campos de la muerte, de donde salieron con mayor frustración y desengaño; nuevamente una casta en el poder, prepotente y miope terminaría afianzando aun más el abuso y la lacra del centralismo de Lima. Arguedas sabía, pues, que la independencia lograda por José de San Martín y supuestamente sellada por Simón Bolívar, en Ayacucho; fue al final solo el cambio de un yugo por otro, el británico había ganado al español. Era una independencia formal, de papeles; la independencia real seguiría siendo un sueño pendiente.

Por eso, el Perú republicano de los primeros años no parece diferenciarse mucho del Perú de la colonia, continuaba la esclavitud y el tributo indígena; por eso tienen razón algunos estudiosos cuando coinciden en afirmar, que el movimiento independentista no significó beneficio alguno para los indios, cuya situación económica y social  empeoró con la independencia. Increíble pero cierto.

El maestro Arguedas conocía que la oligarquía limeña estuvo siempre llena el cerebro con ideas feudales, que explotó sin límites al indio, que incluso se hizo de la vista gorda ignorando su existencia. Conocía también el dolor y la tristeza profunda por la patria de otros seres valiosos, cuando como agoreros vislumbraban el porvenir incierto para el Perú, sin siquiera un esbozo de  proyecto nacional de desarrollo.

Conoció asimismo, que el problema del Perú era estructural, de raíces muy hondas y permanentes, vigente desde hacía siglos e ignorada por los políticos y gobernantes, ideólogos e intelectuales. Se dio cuenta que fue Manuel González Prada el primero en valorar la importancia básica del pueblo y cultura indígena. Así, por ejemplo, refiriéndose a los sucesos de la infausta guerra con Chile González Prada sentenció: “Con las muchedumbres libres aunque indisciplinadas de la revolución, Francia marchó hacia la victoria; con  los ejércitos de indios disciplinados y sin libertad, el Perú irá siempre a la derrota. Si del indio hicimos un siervo ¿qué patria defenderá?”

El prístino Arguedas sabía que todos los aplazamientos históricos en perjuicio del indio llegarían por inercia a un límite intolerable. Era consciente que la relación entre el poder y el pueblo indígena, entre el poderoso y el débil debía cambiar. Y que en este cambio la participación de los escritores, el artista, los científicos, constituía un aspecto fundamental, pese a la voluntad de los políticos profesionales de marginarlos o silenciarlos.

Se comprende entonces ahora, cómo el conocimiento profundo de esta realidad permite explicar hasta qué profundidades llegaba el dolor del maestro José María Arguedas, un alma tan sensible y tierna como la de él; unido a los viejos dolores que venían desde los tres años cuando quedó wakcha, el maltrato de la madrasta, el ser arrojado como escoria a los indios, pensando talvés hacerlo sufrir más allí, pero felizmente se equivocaron sus verdugos, porque con los indios  Arguedas finalmente encontró el calor de madre y padre que no tuvo; y que tanta falta le hacían. Casi un año después que ingresó a la Universidad murió su padre, quedándose sin apoyo económico, y durante un año Arguedas vivió de la solidaridad de sus amigos; tiempo después perdió su trabajo de auxiliar de la Administración Central de Correos de Lima, luego encarcelado alrededor de un año en el Sexto; profesor en Sicuani, junto a la pobreza indígena como cuando niño; no cabe duda que todos estos hechos fueron dejando huellas cada vez más hondas en el alma adolorida del maestro.

La cuestión fundamental que plantean las obras de Arguedas es la de un país dividido en dos culturas, la andina de origen quechua y la urbana de raíces europeas, que deben integrarse  en una relación armónica de mestizaje.

La lectura solo literaria de los textos Arguedianos queda demasiado corta. Quien tenga interés por conocer el Perú y su complicada problemática social encontrará en las obras de Arguedas un conjunto de textos de primera importancia.

Conviviendo entre los indígenas aprendió el amor al hombre, sobre todo al indio pobre; amó su cultura, su idioma, su costumbre; amor a la tierra, al paisaje diverso, multicolor como las razas y lenguas de este Perú profundo. Arguedas es un bilingüe histórico, la multiculturalidad nuestra no solo no lo dejaría, sino que tomó posición a favor de ella, para cultivarlo hasta el final de sus días.

Pese a tener un conocimiento profundo de la cultura indígena, sin embargo, en su vida adulta Arguedas siguió sintiéndose un wakcha frente al mundo, porque cuando participó en 1940 en el I Congreso Iberoamericano Indigenista de Patzcuaro, México, quedó inconforme con la experiencia, porque a los invitados que como él sentían el problema del indio con todo amor, les brindaron el trato que se da a los perros. Toda una cachetada para un hombre tan sensible y culto como él.

En cada aniversario de su muerte se pronuncian discursos donde el énfasis está en el sufrimiento, la melancolía y el desarraigo del escritor. Pero esto solo es una cara de la personalidad de Arguedas. Porque es bueno dejar claro también, la personalidad total del maestro contenida en sus obras y en su vida, porque existió un Arguedas vital, muy alegre, poderoso, positivo. Sabía reír de oreja a oreja, era capaz de llenar con su alegría todo el ambiente; cantaba, recitaba y bailaba. Que sabía estar feliz con el Perú, porque “como un demonio feliz habla en cristiano y en español y en quechua” y puede disfrutar plenamente de la cultura de estos dos mundos. Arguedas no solo es un escritor para sentirlo sino también para vivirlo todo el tiempo.

Fue a través del dominio de la guitarra, del canto, el baile, como logró que las personas de humilde condición lo respetaran mucho y quisieran más. Defendió a los indígenas, cantó, bailó y se embriagó con ellos. Arguedas fue un hombre que inspiró afecto y respeto. Sabía disfrutar de varios calientitos bien cargados. Sabía bailar pero también sabía llorar.

La danza era para José María Arguedas el lenguaje del pueblo, por eso contribuyó tanto a su conocimiento y difusión; talvés  por eso “pidió en una carta que en su sepelio el violinista Máximo Damián (su entrañable amigo) tocara la “agonía” acompañado por el arpista Luciano Chiara y como danzantes Gerardo y Zacarías Chiara”.

Sin embargo, respecto a su temprana desaparición, lo que importa revelar en la trágica muerte de Arguedas, es que esa bala acabó con la vida del hombre que puso en la conciencia de todos un mundo hasta esos días ignorado, el del Perú milenario, que estaba oculto desde la conquista, la cultura universal de un mundo que esperaba su redención. Esa bala del 28 de noviembre de 1969, acabó con la vida de uno de los prohombres más lúcidos, inteligentes y talentosos que parió esta tierra, clamando un Perú nuevo, mejor y  más justo.

Por otro lado, es bueno precisar que Arguedas afrontó varios momentos de crisis en su psicología, que le hicieron pensar en el suicidio. Uno de esos cruciales momentos fue en abril de 1966; dice, “esperé muchos días que llegara el momento más oportuno para matarme. Hoy tengo miedo no a la muerte misma sino a la manera de encontrarla. El revólver es seguro y rápido, pero no es fácil de conseguirlo”, afirma Arguedas el 16 de mayo de 1968 desde Santiago de Chile. Confesión premonitoria.

Lamentablemente, aquel día fatal llegó el 28 de noviembre de 1969, cuando se disparó un balazo en la cabeza en su pequeña oficina de la Universidad Nacional Agraria, donde trabajaba desde hacía dos años; tuvo una agonía de cuatro días, para finalmente dejar de existir el dos de diciembre.

En el sepelio estuvieron los de siempre, los que lo amaban de verdad, los que nunca dejarán de luchar en su memoria, porque las huellas dejadas por el gran maestro estarían apuntándolos como un dedo filudo en la conciencia de todos los hombres buenos. Los ojos de la masa estudiantil universitaria, los dirigentes, los agitadores, los organizadores derramaron seguramente las lágrimas más bellas y tiernas, simple de imaginar que así sucedió por el profeta, que partía a la eternidad para vivir más después de muerto.

Se enterró en medio de una multitudinaria marcha, los estudiantes sienten que así se tributa al maestro, el mejor y más sincero homenaje. Arguedas amaba esa fuerza. Ahora esa fuerza también era suya. El sueño libertario de una patria feliz, sin sufrimiento, donde todas las sangres pudieran danzar con alegría desbordada junto a Rasu Ñiti, era un sueño posible.

En sus obras literarias se evidencia nítidamente el encuentro entre la cultura quechua y la cultura occidental. Allí están Yawar Fiesta (1941), Los Ríos Profundos (1958), Todas las Sangres (1964), El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo (1971). La primera muestra la bella y compleja vida indígena, la segunda se convirtió en el libro más leído de todas sus producciones, la tercera su obra más importante; y la cuarta, publicada póstumamente, constituye el testamento literario e ideológico, donde además la melancolía es el sello profundo, característico, permanente en el alma adolorida de Arguedas.

La fecunda obra literaria de Arguedas se desarrolló a lo largo de cuatro décadas. Marchó joven a la eternidad y en la plenitud de su creación narrativa, empero lo creado hasta el momento de su muerte lo convierte, cada vez más, en uno de los clásicos de la literatura universal. Y su huella está allí, clamando se sumen otras  huellas, para andar juntos por el camino que él inició su construcción poniendo la primera gran piedra.

El Perú que el maestro dejó está aquí con nosotros, es presente, pasado y futuro; es megadiverso y simple; es esperanza, sueños y frustración; es dolor, lágrimas y alegrías sin límites; es golpe y sobre golpes pero también esfuerzo que se rubrica con el triunfo; mira orgullosa al mundo por las maravillosas zonas  del planeta que posee, en comparación con otros países; vanguardia en recursos genéticos, en aves, en anfibios; con estos recursos salvaríamos el mundo ante un cataclismo ecológico. El Perú es cultura, lenguas, danza, música, poesía, arqueología, ingeniería y ciencia milenaria; es fortaleza y debilidad; es amenaza pero también oportunidad; es triunfo, fracaso, lucha permanente.

Nuestra patria muere cada día para volver a nacer nuevamente al día siguiente; es una madre sin par que nos mima a cada instante, pero también una madrasta perversa que nos llena de oscuridad el día, que desde la penumbra acecha con el látigo de cinco puntas para hacerla reventar sobre nuestra piel desnuda; esta tierra es fuerza telúrica, cual montaña de imán nos jala irremediablemente hasta su corazón,  haciéndonos recordar que nos necesita; es un arco iris que atraviesa los cuatro puntos cardinales; si algunos pudieran entender que solo son colores, y que prime algunos de sus bellos tonos en algún momento o lugar resulta irrelevante frente a tanta belleza.

El Perú es nuestro y ajeno; es pobreza y riqueza, un potencial que aguarda sereno llegue el momento de la verdad; es aroma de flores silvestres pero también olores malolientes de cloaca; es mágico, ideal, utopía; es certeza, real, el sueño inconcluso de todos; es un magnífico brazo extendido que va en auxilio de todos sus hijos y hermanos; es un bello sueño, utópico talvés, no importa; las grandes realidades que hoy admira el mundo fueron solo sueños en un principio.

El país es una linda e interminable sinfonía universal; donde tú, él, ella, todos y todas, son los maestros de la música, creadores sin igual, donde la mayor de las veces el director de orquesta falló al grupo, desunió y abortó las grandes presentaciones; pero también donde ciertos miembros del equipo aun no afinan bien las notas musicales de sus respectivos instrumentos; no importa, importa más bien concluir ya aquella sinfonía que las nuevas generaciones quieren les dejemos como legado histórico; uno do, re mi, fa, sol, la, si, que cante, toque y bailen sus hijos y los hijos de allende los mares. Ese Perú en el mundo, es una verdad posible de concretar.

El Perú es agua, tierra y aire benéficos por sus cuatro costados, es una promesa juvenil de amor eterno; es terminar enamorado siempre aunque no corresponda conforme quisieran los sentimientos; es nunca cansarse de abrir nuevos surcos, de seguir echando aquellas semillas fértiles que  germinen plantas sanas y fuertes; es recoger los frutos del pasado, saber hacerlos presente y proyectarlos creadoramente hacia el futuro; es esperanza que debe seguir su latido, sin perder su ritmo y compás; es un niño que aguarda los brazos salvadores de un hermano; es un barco en busca de un buen timonel que la haga llegar a buen puerto y a la tierra prometida.

El español es una milenaria lengua, también uno de los idiomas más hablados entre las 6000 lenguas que se hablan en el mundo; según el respetable Instituto Cervantes, en el año 2025, sus hablantes superarán los 500 millones. Se la calificó como “lengua en expansión” en el I Congreso Internacional de la lengua Española realizado en Zacatecas, México, en 1997. Ese camino, ese espacio, ese renombre, ese respeto, debe tener también el Perú plurilingüe y multicultural. Lograrlo es tarea de cada uno y de todos, ya en su momento supo sentar las bases e iniciar el camino con roca granítica el maestro José María Arguedas.

No hay país más diverso y más múltiple en variedad humana y geográfica en el mundo que este corazón de los incas; el Perú es inteligencia, creatividad y talento. Eso eres tú, él y ella; eso somos todos. Un brindis por el Perú, con chicha, danza y música; con todos los colores y para todos los colores; y junto al maestro José María Arguedas. ¡Salud!


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